Caracas y café: una breve nota sobre memoria culinaria
María Ledezma
Departamento de lengua y Literatura, Universidad Simón Bolívar
Especialista en Literatura y gastronomía
Quisiera iniciar esta breve nota mencionando una obviedad: el café es la bebida más importante de la cultura culinaria venezolana. Desde Armando Scannone hasta José Rafael Lovera coinciden en que el café es parte de nuestra marca gastronómica.
Independientemente de las carencias y las dificultades para la siembra, abastecimiento y compra, el café todavía mantiene una presencia referencial única en nuestros gustos y nuestra memoria del sabor. Cuando pensamos en café recordamos aroma, textura y color. Y esa amalgama de sensaciones nos remite, a la vez, a la casa de los abuelos, a la sobremesa familiar, a las noches de insomnio, al breve descanso de la media tarde. Que una bebida genere en cada uno de nosotros semejante variedad de recuerdos (y ensoñaciones) no es algo que podamos descuidar fácilmente. El café nos despierta, nos “madruga”, nos da vida, nos alarma y nos sosiega.
Como muchos amantes y no tan amantes del café saben, Venezuela no es ni el mayor exportador del café, ni mucho menos el mayor consumidor. Los datos estadísticos señalan esta afirmación: El mayor exportador de café es Brasil (seguido por Indonesia y Vietnam) y Finlandia es el país con mayor consumo per cápita en el mundo: se estima que una persona puede llegar a consumir hasta 12 kilos de café al año.
Frente a estos escenarios macros, Venezuela no parece ser ni el epicentro ni el destino económico más importante de este importante rubro.
Esto no quiere decir, sin embargo, que al venezolano no lo han formado para ser un tomador exigente de café. Esto lo podemos comprobar con la llegada de marcas nuevas al mercado. En aras de sustituir aquellos productos “borrados” de los anaqueles, el venezolano se resigna a consumir aquello “que consigue”, pero en el proceso jamás ha dejado de suspirar por aquellas marcas de café que lo han paseado por la calle, la cocina, la panadería o el cafetín: esos espacios donde ha transcurrido su vida mientras se acompañaba con el marroncito, el tetero o el guayoyo.
¿Quién no ha escuchado, durante estos últimos años, a la gente decir que el café que se tomaron ese día no es igual al que tomaban antes? Como escribía al inicio de esta nota: el café es inherente a nuestra memoria culinaria.
La memoria culinaria
El tema de la memoria culinaria cafetera no solo es una marca individual: nuestras prácticas artísticas, geográficas y sociales también se han empapado de la memoria del café.
Podemos empezar con algunas referencias conocidas: la famosa composición del músico Hugo Blanco titulada “Moliendo café”. Blanco tuvo la creatividad y la habilidad para conectar las notas del arpa (en una suerte de juego metafórico que emula la caída de los granos sobre la molinera) con la herida de un enamorado no correspondido que olvida su pena de madrugada moliendo café.
Si pensamos en la asociación del café con los espacios, encontraremos referencias geográficas que nacen y crecen en función de los antiguos sembradíos. La zona de El Cafetal, en Caracas, podría ser el ejemplo visible de este vínculo. La capital venezolana, antes de su desmesurada expansión, tuvo importantes sembradíos de café.
Estos espacios devinieron en urbanizaciones y crecimientos poblacionales importantes y, a pesar de que no mantienen la arquitectura de las antiguas haciendas cafetaleras, el nombre nos deja ese remoto recuerdo. Caracas tiene una conexión particular con el café que se refuerza con la apertura y la constancia de muchas panaderías tradicionales que aún ofrecen, como parte de su menú, esta entrañable infusión.
Historias marcadas por el aroma del café
María Elena D’Alessandro, en una hermosa nota titulada “Memoria de los sabores y olores de Caracas”, apuntó, además, que la llegada de las máquinas italianas de expresso y su instalación en restaurantes y panaderías de la ciudad reforzó la tradición cafetera de Caracas. A esta importación de mediados del siglo XX tendríamos que agradecerle muchas cosas, entre ellas, el que las mañanas nos sepan amargas, negras y dulces.
Quizás, una imagen que recaba con emoción y orgullo lo que D’Alessandro nos indicó en su breve ensayo, está en el cierre de un cuento de Federico Vegas titulado “Mercurio”. En este relato, el protagonista debe acompañar al líder de la banda Queen, el gran Freddie Mercury, por varios bares nocturnos de Caracas. Mercury y su banda realizaron, al principio de la década del ochenta, una visita al país como parte de su gira musical.
Después de una noche llena de desenfrenos y excesos, el narrador nos conduce por las calles del Boulevard de Sabana Grande con un Mercury que se dispuso a cantarle a la ciudad taciturna. El resto es imposible parafrasearlo, menester es que citemos el fragmento:
(Mercury) Bajó media cuadra y le cayó al bulevar de Sabana Grande por el Radio City. Empezaba a amanecer. (…).De pronto arrancó a cantar.(…) De golpe entró el calor del sol y se apagaron los postes. Ya la calle olía a pan, a café, a motor, a los comienzos del día, y las rejas de los comercios iban subiendo pero sus chillidos no eran nada frente a aquella voz que hacía a la ciudad más bella, y también más frágil porque seguía indecisa y boquiabierta mientras la voz se abría paso por entre las manadas que iban llegando a aquel musical inmenso acerca de una ciudad que despierta un jueves cualquiera.
El extracto, largo, pero poderoso, nos deja el pequeño detalle de la escena: el amanecer de una calle tumultuosa de la ciudad, la voz distintiva del cantante (¿cómo no recordar, por ejemplo, los ejercicios vocales frente a la audiencia o el tarareo final de la canción “Don’t stop me now”), una voz clara, preciosa, que ilumina la calle, y el aroma del café que se inmiscuye en los sentidos de los peatones, trabajadores y trasnochadores. La imagen podría repetirse ad infinitum por cada calle y por cada hogar donde se consuma la bebida: quienes tomamos y disfrutamos del café nos conectamos de forma gustativa y olfativa con los espacios donde hacemos vida.
Es posible que, mientras hagamos el esfuerzo por mantener la tradición, no habrá sustitutos que nos hagan borrar los gustos ni los vínculos corporales que cada uno de nosotros poseemos con esta infusión de altísima calidad.